Iekariukedjutu

Esquema para una expresión comparada de los ciclos en creación individual

Ya sabemos quiénes somos, [...] y que tenemos un pasado, un presente y un futuro.

Hace cincuenta años un grupo de artistas vascos escribió estas palabras en su manifiesto para reivindicar el lugar que les correspondía en la historia. Al echar la vista atrás dichas palabras parecen obvias pero en el momento en el que se escribieron el grupo Gaur ni siquiera existía todavía, lo que sugiere que la escritura no solo describe la historia, sino que también tiene el poder de crearla. Para entender plenamente las implicaciones de esta correlación entre historia y escritura, de este poder de alterar el statu quo y realinear el futuro, es necesario en primer lugar considerar el origen de la escritura misma. Para ello nos referiremos a "Lección de escritura", un capítulo de las memorias del antropólogo francés Lévi-Strauss.

"Lección de escritura" es una historia que recoge sus experiencias con los nambikwara, una tribu india asentada en lo profundo del Amazonas que vivía en lo que Lévi-Strauss consideraba condiciones "prehistóricas". Cuando este repartió papel y lápices entre los miembros de esta tribu analfabeta, estos todavía no sabían cómo utilizar tales objetos. Aun así, al cabo del tiempo los nambikwara empezaron a llenar página tras página de líneas horizontales onduladas imitando el comportamiento de los hombres blancos que se habían mezclado entre ellos. La mayoría no practicó la actividad durante mucho tiempo, a excepción del jefe, un hombre de extraordinaria inteligencia. Debió de ser el único en comprender para qué servía la escritura y pidió tener un cuaderno propio.

Lévi-Strauss no le dio especial importancia al hecho hasta un suceso que tuvo lugar algún tiempo después. Los hombres de la tribu habían escoltado al antropólogo y su cargamento de regalos a las profundidades del bosque hasta llegar a una gran reunión de tribus vecinas en la que tendría lugar la ceremonia de intercambio de obsequios. Cuando todos se hubieron reunido, el jefe extrajo de repente una hoja de papel cubierta de líneas onduladas de la que fingió leer qué regalo le correspondía a cada cual. La farsa se prolongó durante más de dos horas en las que el jefe tomó el control efectivo de la ceremonia y manifestó su alianza con el hombre blanco compartiendo sus secretos como un igual.

Este episodio hizo que el antropólogo se replanteara lo que creía saber sobre la función de la escritura en la sociedad. De acuerdo con el uso que él mismo le daba, estaba acostumbrado a considerarla como una especie de memoria artificial. Una vez que una sociedad aprende a escribir es capaz de acumular un conocimiento que va más allá de los límites de la experiencia personal. Esto, presumía él, daría lugar a una mejor comprensión de sus orígenes y ayudaría a formar una idea consecutiva de cómo podría ser su futuro.

Pero lo observado entre los nambikwara le hizo replantearse la idea de que la escritura es ante todo una actividad intelectual pues, al parecer, el jefe, a pesar de su incapacidad de leer lo que había escrito, había logrado comprender de forma intuitiva cuál es en esencia la función sociológica de la escritura. Más que como una herramienta para la comprensión, la había utilizado para aumentar su prestigio y autoridad ante los otros.

Al mirar atrás, Lévi-Strauss tuvo que reconocer que nada de lo que sabemos acerca de la evolución de la humanidad respalda la idea de que la escritura sea el motor del progreso. En el Neolítico el ser humano hizo grandes avances sin su ayuda y cuando esta ya existía fue incapaz de salvar a las civilizaciones del estancamiento y el declive. La única correlación que pudo establecer entre la aparición de la escritura y algún tipo de desarrollo social fue con la usura y la distribución de los individuos en jerarquías de castas o clases.

Nacida para controlar las cuentas pendientes entre prestamistas y prestatarios, la escritura siempre ha estado al servicio del poder. Su uso para fines desinteresados tales como la ciencia o el arte, sugiere Lévi-Strauss, es por tanto un mero resultado secundario de este invento, lo que a su vez podría no ser más que una forma de reforzar, justificar o disimular su función primaria.

Al reinterpretar el manifiesto del grupo Gaur desde este marco de referencia sociológico, es inevitable detectar cómo su forma de expresión primaria, al igual que las "líneas onduladas" del jefe de los nambikwara, se centra en ideas de autoridad y control. Es un llamamiento que pretende movilizar a todos los artistas vascos para que se unan a un frente cultural, que los insta a adherirse a la "disciplina de una inteligencia indivisible, una voluntad indivisible".

El carácter militante del texto pudo haber sido una respuesta adecuada a las opresivas circunstancias políticas bajo las que estos artistas se veían obligados a dejar su huella. Pero también es una fiel reproducción de una retórica familiar de las vanguardias históricas que cultiva una ambivalencia entre la idea de un frente que avanza y una ruptura necesaria con el pasado. Esto es, el "renacimiento espiritual" del que habla es expansionista e innovador a partes iguales y se disfraza de novedoso y original, lo que en esencia es una dinámica de apropiación, reciclaje y usurpación.

El grupo Gaur consiguió inscribirse en la historia identificándose de forma radical con el aquí y el ahora. Pero su reivindicación del presente sentó también un precedente para el futuro que a la larga es contraproducente, pues el espíritu revolucionario de la vanguardia solo puede conservarse si es renovado una y otra vez por quienes defienden una reivindicación nueva y, por lo tanto, más legítima sobre el presente. A medida que pasa el tiempo la "novedad" de cada generación artística sucesiva de esta genealogía se va vaciando de significado y va siendo colonizada por la nostalgia, condición bajo la que el imperativo de honrar a los padres se vuelve indistinguible del imperativo de matarlos.

El poder del jefe de los nambikwara sobre su propio pueblo tampoco sobrevivió al paso del tiempo. Sus seguidores debieron de percibir que la escritura, al ser introducida en su cultura, se había puesto del lado de la falsedad. Su respuesta fue la ruptura con la tribu y su asentamiento en un lugar más profundo de la selva, lejos de la influencia del hombre blanco, lo que les proporcionaría un respiro antes de que las inevitables fuerzas de la historia llegaran y arrasaran su mundo.

Tal regresión al estado de naturaleza de Rousseau no es algo que podamos plantearnos hoy en día, pues si tenemos en cuenta la afirmación de Derrida de que "Il n’y a pas de hors-texte", no hay nada fuera del contexto desde un primer momento. ¿Significa esto que tampoco es posible escapar de la historia? ¿Estamos atrapados para siempre dentro de las narrativas teleológicas que nos hemos escrito a nosotros mismos?

El significado oscila como un péndulo entre las oposiciones que conforman el pensamiento humano. En su deconstrucción de "Lección de escritura", Derrida argumenta que lo que Lévi-Strauss llamó esclavización podría denominarse liberación con la misma legitimidad. Solo en el momento en que la oscilación se detiene en un significado se cristaliza en una determinada ideología. Por lo tanto la escritura no puede reducirse a su complicidad histórica con el ejercicio autoritario del poder. Su finalidad puede ser perfectamente la contraria: resistir a la fijación violenta del significado en el lenguaje.

Por ello no podemos sino concluir el presente texto de la misma manera en que lo hemos abierto: con una cita que no se resigna a ser una mera descripción de la historia. La extraeremos de un relato de Borges, el escritor que declaró que el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio. En 1939 escribió una crítica de un autor francés ficticio del siglo XX entre cuyos logros literarios se encuentra un intento de reescribir el Quijote, no como una transcripción o copia mecánica, sino como un texto de derecho propio que simplemente resulta coincidir palabra por palabra y línea por línea con el de Miguel de Cervantes:

Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Este, por ejemplo, escribió (primera parte, noveno capítulo):

[...] la verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el "ingenio lego" Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:

[...] la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

La historia, madre de la verdad: la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió.

Escrito para el seminario Kaíros. Contextos críticos, arte y escritura, organizado por Fernando Golvano en el marco de la exposición 1966 | GAUR KONSTELAZIOAK | 2016 en el museo San Telmo de Donostia, donde presentabamos una serie de carboncillos basados en las imágenes del “Libro de los Plagios”, publicado en 1991 por Jorge Oteiza.

Sábado, 27 Agosto, 2016

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