El arte del trolling: Discutir para buscar el conflicto en vez de la verdad

Anonymous. Because none of us are as cruel as all of us

Lo desalentador de escribir en un periódico es el silencio que sigue a nuestros artículos. Cada cuatro semanas entregamos un texto que se imprime y llega a los lectores. Y ya está. No hay ninguna opción en la página para poder dejar comentarios, ninguna línea directa para ponerse en contacto con nosotros. Escribir en un periódico es una comunicación unidireccional. Muy antidemocrático y anticuado comparándolo con las fantásticas oportunidades que nos proporciona Internet.

Si tan sólo pudiéramos darte voz a ti, el lector. Qué tranquilizadora sería tu expresión de admiración. Qué interesantes serían los paralelismos que trazases. Pero también qué molesta tu insistencia en puntualizar esas pequeñas equivocaciones, irrelevantes en el cuadro global. Qué exasperante tu obstinada inclinación a rebatir nuestras visionarias observaciones ¡Impertinente de ti! ¡Cómo te atreves a sugerir que eres más listo que nosotros, tú, anónima y desagradecida multitud!

Sabemos quién eres. Te habrás escondido tras crípticos seudónimos en Internet, pero has dejado tras de ti un rastro corrosivo de mensajes ofensivos con el único propósito de engañar a los honrados para que respondamos. Pero ya nos hemos dado cuenta de tu juego. Te alimentas de la debilidad de los que buscamos consuelo en las comunidades de la red, escondiendo tu verdadera identidad y haciéndonos creer que eres uno de nosotros. Luego nos traicionas al violar los implícitos códigos de conducta que empezábamos ya a dar por hecho. Nos provocas para exponer nuestros impulsos más innobles mientras te ríes a carcajadas. Y si intentamos ignorarte, no responder a tus maliciosos comentarios, estallas con un terrible y abusivo temperamento, lanzando obscenidades e insultos sin parar hasta que alguien intervenga.

Todo el peso de la polémica que nos has otorgado sería soportable si tuviera algún propósito, si al menos fuera un idealismo inconformista lo que te llevara a poner a prueba los límites del diálogo entre personas. Si al menos tu visión real fuera la de exponer las estructuras de poder ocultas bajo toda forma de comunicación colectiva. Pero considerar tus trastadas como un proyecto coherente y crítico sería caer otra vez en la trampa que nos has tendido.

Como en el caso de las elecciones organizadas por el periódico Times en el 2009 para elegir a las personas más influyentes del mundo. No pudimos encontrar tu nombre en aquella lista. Pero cuando descubrimos que manipulaste los votos para que las primeras letras de los 21 nombres ganadores formasen MARBLECAKE ALSO THE GAME, nos pareció que Dios mismo había hablado, aunque a día de hoy sigamos sin entender el significado de la frase. Por naturaleza tendemos a mirar al más oscuro negro y pretendemos ver algo. Pero ¿qué es lo que vemos? ¿Nuestro reflejo? ¿La Verdad? ¿Nada en absoluto?  Ansiosos y crédulos, somos capaces de cualquier cosa por atribuirle propósito y significado al mundo que nos rodea. Ciegamente, vamos dando traspiés agarrando con fuerza la mano del siguiente en la fila, esperando que éste se sujete a algo más estructural e intentando suprimir la imagen del vacío sin fondo que nos rodea.

Esto explica la extraña atracción que sentimos por ti. Tal vez no tengas nombre, pero tienes carisma. Eres el ambiguo, aunque determinado, defensor de la Libertad de Expresión, el irreverente hijo de la Ilustración, que prometió guiarnos fuera de la oscuridad, al liberarnos de los grilletes de nuestra hipocresía. Pero todo lo que consigues es hacernos conscientes de que estamos indefensos y necesitamos una verja alrededor del jardín de nuestra convivencia. Te burlas del potencial inspirador y democrático de la interacción social, haciendo que los moderadores salgan de la discreta sombra, obligándoles a ejercer su autoridad para imponer las reglas, para aislarte y limpiar tu porquería.

Y ahora que hemos perdido la inocencia y nos hemos puesto a la defensiva, supervisamos con terror la tierra quemada que queda entre nosotros, ya que se ha convertido virtualmente imposible distinguir entre el criticismo constructivo y tus poco colaboradoras provocaciones. Todo contacto se ve con desconfianza y la más pequeña insinuación de juicio desfavorable es condenada con desproporcionado fervor. Nos hemos vuelto agresivos y tercos para tapar nuestras inseguridades. Pero mientras apretamos los dientes y nos abrimos camino entre las falacias ad hominem, precipitadas generalizaciones y sarcásticas contestaciones, nos vamos dando cuenta de que nosotros mismos nos hemos convertido en un triste reflejo de tu pendenciera personalidad.

Desgraciadamente, nuestra envenenada comunicación no se reduce a los recovecos de los oscuros foros de discusión, chats y blogs. Se derrama en el mundo real, contamina la esfera pública y la convierte en una cacofonía de opiniones. La retórica populista es ahora la lengua franca de una democracia que ha dejado de estar interesada en la ideología. Por el contrario, se basa en los principios del “sentido común”, un espejismo escurridizo que persigue con continuos estudios de mercado y sondeos de opinión pública.

Pero tal vez nuestra reticencia a abrazar esta nueva lógica se basa en un sensación de pérdida que está fuera de lugar y es una nostalgia por la forma en que nos relacionábamos en el pasado. Hemos avanzada mucho desde el momento en que dejamos de andar a cuatro patas, nos levantamos y abrimos la boca para hablar. Como decía Walter Benjamin, nos encontramos en medio de un poderoso proceso de transformación de las formas literarias, un proceso en que muchas de las oposiciones con las que trabajábamos han perdido su poder. Y si el arte del narrador cedió una vez el paso al del novelista, y éste más tarde al del periódico, tal vez ahora deberíamos rendirnos a los caprichos de una mayoría ya no silenciosa.

Déjanos hacerte una pregunta más antes de que, ansioso, pases página ¿Nos dirías la verdad si te preguntáramos lo que piensas? Comparte tus respuestas con nosotros en www.postpolitikak.org

Martes, 12 Octubre, 2010

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Comentarios

Pirámides y reinos de taifas, bandadas de pájaros (que se sacan los ojos), el teléfono estropeado, el no deseo de empatizar, diga monjamonjamonja...

A veces el troll puede lleagar a ser la encarnación, el vehículo, el mínimo común denominador de una comunidad que se empeña bien en el individualismo, bien en el gregarismo.

Todxs sabemos quienes son esos trolls y que en realidad, toda su supuesta crítica, no es más que una estrategia para significarse, para intentar tener más poder.

Este articulo me parece una chapa del kopon, seré un troll, pero necesito que me hablen de cosas mas concretas, menos vagas, apuntar mas certeramente, en vez de esta rafaga de lluvia dispersa

Y SI...por supuesto que si alguien me preguntase lo que pienso de las cosas lo diría, el problema es que nadie nos pregunta personalmente lo que pensamos sobre las cosas, aunque quiza el preguntar uno a uno a cada ser humano sobre cada tema seria tan farragoso como inutil.

A ver si te enteras. Vivimos en el país de la lluvia dispersa, del xirimiri. aunque está claro que tu parece que preferirias una buena granizada de pedrisco... Y hay a quien no le vendría nada mal. Sobre todo a gente que quiere que se lo den todo hecho, todo claro y en mayúsculas, para que no haya espacio a equivocarse, a entender lo que no era.