Shhhhhh... Artistas trabajando
Un golpeteo en la ventana nos hace levantar la mirada de la pantalla del ordenador. Hay un hombre observándonos con el ceño fruncido. Detrás de él, una multitud en procesión ondeando banderas rojas. Es el 29 de junio y se ha convocado una huelga general en el País Vasco. “¿Qué estáis haciendo?” parece preguntarnos el hombre de la ventana, “¿por qué no estáis fuera marchando con la protesta?” Encogemos los hombros mientras nos mira asqueado y desaparece. Poco más tarde oímos cómo aporrea la persiana de la panadería de al lado.
¿Qué es lo que estábamos haciendo realmente? Volvemos a nuestras pantallas de ordenador esperando encontrar alguna respuesta conveniente. Nos saluda una interminable lista de trivialidades de Facebook y blogs, además del documento en blanco en el que vamos a escribir este artículo. ¿Nos han pillado en el acto de trabajar? Una cuestión que lleva a cavilar. Después de todo ¿cuál es el trabajo del artista y cómo está relacionado con la protesta en contra de las reformas laborales que vemos fuera?
Bruce Nauman dedujo una vez que “si era un artista y estaba en el taller, entonces cualquier cosa que estuviese haciendo en el taller debía ser arte. En este punto, el arte deviene más una actividad y menos un producto”. Así, se dispuso a grabarse a sí mismo en el estudio dando vueltas o lanzando dos pelotas contra la pared durante horas y horas. La idea que propone Nauman es la de una práctica artística que no produce nada, una práctica que toma el aburrimiento como su principio a seguir.
Vivimos en un mundo en que es cada vez más difícil delimitar dónde empieza y termina el trabajo. La labor inmaterial se ha convertido en el modo dominante de producción en el capitalismo, y se extiende no sólo a la creación de ideas, o el fluir de información, sino también a la sonrisa que te sirve el menú del día, o a la red de relaciones que mantenemos, con su borrosa distinción entre amigos y potenciales contactos laborales.
Esta imprecisa y extensa definición del trabajo no es nueva para el artista que se auto-emplea y que siempre se las ha arreglado para forjarse una existencia bajo diferentes condiciones de precariedad. En cambio, lo que es nuevo es cómo las nociones de creatividad y flexibilidad, una vez propias de este tipo de existencias, parecen haberse convertido en atributos deseados en una mano de obra en las que las pesadas y torpes categorías de “empleados en nómina” y “receptores de seguridad social” tienen que mutarse en “subcontratados autónomos”.
Cuando el “productor cultural” autónomo se convierte en un modelo a seguir para la clase obrera, el paro se convierte en una oportunidad más para auto realizarse: ¡sé creativo, abre tu propia empresa, vive y trabaja como un artista! Se sugiere que tener un trabajo no tiene tanto que ver con su disponibilidad como con la buena voluntad y habilidad de uno mismo para adaptarse a un mercado laboral flexible y cumplir con los códigos ocultos de conducta social.
¿Cómo puede un freelancer cultural articular alguna clase de resistencia a esta libertaria apropiación de su modo de vida?, nos preguntamos mientras escuchamos el sonido de la multitud en la calle. El problema es que a pesar de las informales colaboraciones y las alianzas estratégicas que pueden labrar los artistas, diseñadores etc, estas ocupaciones individualizadas no pueden recurrir al poder colectivo de que oímos fuera. Aunque tal vez ésta no sea la cuestión, especialmente porque sospechamos que incluso esta tradicional manifestación de la clase obrera, la huelga colectiva, ha perdido la capacidad de realmente cambiar el curso del futuro del trabajo.
Pero si la figura del artista puede inspirar una expandida noción de trabajo, también puede inspirar una expandida noción de no trabajar. Recordamos el proyecto de Pilvi Takala, una artista finlandesa que trabajó como aprendiz en el departamento de marketing de Deloitte. Al principio, parecía una más entre los trabajadores de la oficina. Pero tras unos días, sus colegas empiezan a ver con extrañeza a la nueva chica que se sienta con sus manos en el regazo, haciendo absolutamente nada. Otro día de labor Takala se montó en el ascensor para no salir en todo el día, acompañando a la gente que subía y bajaba entre los pisos. Cuando le preguntaban lo que estaba haciendo, contestaba que estaba realizando “trabajo cerebral”.
La amistosa diversión con que reaccionan a su enigmática presencia se vuelve gradualmente en incomodidad y miedo, mientras que sus colegas luchan por mantener un aire de normalidad. A finales del mes, su tranquilo comportamiento se considera ya una amenaza a la paz de la oficina y las demandas para que sea destituida empiezan a llegar a los superiores.
El proyecto de esta artista demuestra el potencial para el significado artístico y político que se esconden tras la holgazanería y el aburrimiento. El no trabajar es tal vez la más significante actividad que un artista puede perseguir hoy en día. Y aunque no podemos decir que tengamos la respuesta a cómo debería el mundo del arte responder a la llamada a la huelga, admitimos que nos hemos sentido un poco decepcionados por la noticia de Manifesta 8, el evento bianual de arte que este año se va a realizar en Murcia y Cartagena. La bienal ha aplazado una semana su inauguración del 29 de septiembre “en consideración a la huelga general convocada por los sindicados españoles”. Parece que un evento de arte que busca tener un papel crítico en el avance y la mejora del dialogo en Europa podría hacer mejor que mostrar semejante flexibilidad.
Y ahora, si nos permitís, el sol luce fuera y vamos a unirnos con nuestros compañeros en sus consigas por la revolución. Este texto va a tener que escribirse sólo.
Published in:
- Mugalari, el suplemento cultural del periódico Gara.
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