El contrato
Hay algo engañosamente seductor en el teatro de sombras del artista y la ciudad que ciertos discursos sobre gentrificación y la clase creativa representan. Bebiendo de nociones anticuadas sobre las vanguardias, posicionan al artista como un instrumento de cambio, una influencia positiva, su mera presencia es un síntoma de la recuperación de un barrio en declive.
Es seductor porque une el destino del artista al de la ciudad, en una lógica de afirmación mutua y autocomplaciente. Optimista y con miras al futuro, presenta la ciudad como un lugar en continuo desarrollo, un lugar que todavía no está a la altura de su potencial. La ciudad como promesa. Un ecosistema donde broten las iniciativas en ciernes de los emprendedores culturales del mañana.
Este canto a la vida pasa por alto cómo, al igual que en un verdadero ecosistema, la relación entre los artistas y la ciudad está igualmente definida por la ruina y la decadencia. En su eterna búsqueda de espacios baratos, los artistas se sienten naturalmente atraídos por lo obsoleto. Fábricas abandonadas, almacenes vacíos, escuelas desmanteladas. Edificios que han caído en desgracia. Una simple inversión de la trama haría que la figura del artista fuera un fantasma en lugar de un signo de esperanza y renovación. Un recordatorio escalofriante de un trauma sin resolver, o de una promesa rota.
Esta inversión sería sin duda más apropiada, ahora que la alegre retórica del gerente de la innovación y el crecimiento infinito está siendo reemplazada por los encantamientos de la crisis financiera y la inminente perdición económica. Porque si hay algo que aprender de las señales de socorro que están siendo enviadas por el mercado inmobiliario, es que la ciudad fue ciertamente construida sobre promesas que no podían ser cumplidas. La orgullosa Atlantis, a la deriva en un mar volátil de insustanciales derivados financieros.
¿Es de extrañar que aquellos que han perdido la fe en este orden social a punto de hundirse salgan a la calle a la mínima oportunidad? Decididos a no dejarse arrastrar al fondo por tumbas de hormigón, ocupan las plazas de las ciudades en tiendas de campaña ligeras como preparándose para un éxodo próximo. Con la mirada puesta en el horizonte, no le deben ninguna explicación ni salvación a este mundo que está naufragando.
Tal vez se pueda redimir el papel del artista al definirlo como el de la retaguardia, y no como la personificación del progreso y la excelencia. Un portero lúgubre deteniéndose en las sombras de la ciudad fantasma, cerrando las puertas tras los vivos. Su tarea innoble: escoltar a esta civilización fraudulenta en su decadencia, y con sus delicados dedos artísticos, ahogarla cuando intente volver para dar su última bocanada de aire.
Este texto se escribió para el proyecto curatorial Research by walking de Alba Colomo, expuesto en Het Wilde Weten en Rótterdam y la sala Rekalde de Bilbao, en octubre 2012.
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- Sala Rekalde
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